Cómo olvidar al simpático personaje que se daba vuelta para quitarte la prueba y cambiarla por la de él, para poder rellenar las respuestas que tu no sabías ni podías inventar. El que te tiraba las respuestas en una goma de borrar y el lápiz corrido por la miga quedaba casi dibujado en ella, pero aún así podías entender las respuestas.
Se arman las filas para "no copiar o mirar para el lado", justamente lo que nunca se logra, y comienza la repartición de las hojas que anuncian tu muerte. Llega la tuya y la das vuelta, y tu cerebro completamente en blanco no tiene, en ese momento, ni siquiera la capacidad para inventar.
Comienzan las tácticas y mientras el profesor se pasea o vigila desde adelante, el primero levanta la mano para alguna pregunta sin sentido y el profesor llega hasta su puesto para responder. En ese preciso momento empieza el movimiento de hojas, las tiradas de goma, los boletos de micro con letras diminutas o las típicas claves al estilo del lenguaje sordo-mudo para responder las alternativas A, B, C o D, y sino la ley es "si no sabes, marca siempre la C".
El amigo apiadado lo único que pide es que lo dejen terminar bien su prueba antes de empezar a responder las otras 25, porque claro, siempre estudia un pobre samaritano y los demás se dedican a inventar o a llorarle para el soplido de las respuestas.
Mientras algunos hacen preguntas incoherentes o demasiado obvias, otros practican el lenguaje de señas y otros comienzan a redactar cartas completas en los boletos de micro, el profesor se da cuenta del movimiento evidente y adivinen a quién reta: AL POBRE AMIGO APIADADO. Sí, porque puede ser muy inteligente para las materias pero se pone nervioso para la copia y se muestra tan evidente como obvio. "Juanito, estás copiando? Me extraña." Risa general, porque obviamente nadie lo va a salvar en ese momento, y sigue el silencio de evaluación en la sala.
Casi siempre el apiadado es ese buen amigo, al que no molestamos, pero tiene características hechas para molestarlo. O tiene lentes, o es gordito, o muy flacucho, o anda con una lonchera en el almuerzo. No tiene novia, le gustan los video juegos y andar en bicicleta. El otro tipo de amigo apiadado es aquél niño popular, que es gusto de todas las jovencitas risueñas y coquetas, desordenado, de pelo largo, capitán del equipo de fútbol de la escuela y que es conocido por su gran familia y los cinco hermanos más que están en el colegio. Pero ese último es flojo y es pura inteligencia divina, el primero es esforzado y más entretenido.
El último ejercicio de matemática o el último texto de lenguaje siempre son los más difíciles y es ahí cuando el amigo apiadado te escribe un testamento en el boleto de micro, en la goma de miga de pan o en un papelito rectangular diminuto que tú recortaste minutos antes de la prueba, porque sí, para eso obviamente hay tiempo y ganas, para recortar papeles de torpedos.
Cuando el amigo ya hizo, al menos tres pruebas, agarra la suya, verifica todas sus respuestas por vez enésima, y se para dejando la prueba en la mesa del profesor. Obviamente el amigo no te hace la prueba entera, para que no sea tan evidente, y una vez que su evaluación quedó en las manos del profesor sientes un vacío, una soledad, una desesperación por inventar algo bueno en los últimos cinco minutos que quedan y no se te ocurre nada, intentas recordar algo de las clases pero sólo aparecen las risas, los aviones de papel, las siestas encima de las mochilas, las fotos y videos con los celulares o las salidas al baño.
Cuando el amigo apiadado entrega su prueba es casi el fin del mundo, porque ya no tiene nada que hacer y debe salir de la sala. Y es entonces cuando te lamentas por no haber estudiado nada, te prometes en tus pensamiento que lo harás para la próxima vez y jamás pasa. SIempre es lo mismo, si no fuera por los apiadados molestables o los apiadados populares suertudos, muchos no aprobarían matemáticas o lenguaje.
¡Gracias Juanito!
¿Y tú, tienes algún compañero así de tela?
Imagen CC vía SRGPicker