Recuerdo que cuando estaba en educación media comencé a darme cuenta de lo mucho que me gustaban los ramos humanistas. Ansiaba mis clases de historia y lenguaje, porque sabía que aprendería cosas de mi interés. Hoy, al analizar la situación, puedo darme cuenta que gran responsabilidad de mis gustos recaen en los profesores que me formaron en esas áreas, tal como le debe pasar a muchos de ustedes.
Es realmente sorprendente como un profesor puede ser determinante en tus gustos, intereses, e incluso, en la carrera que elegirás estudiar y te acompañará la vida entera. Es por esta razón que sentí necesario plantearme la siguiente pregunta: ¿están enseñando bien los profes hoy? ¿utilizan las metodologías adecuadas? Entonces, comencé a recordar que me gustaba de uno y que odiaba de otro.
Los profes que me cargaba siempre eran los que tenían un carácter demasiado autoritario con el curso. Se sentían dueños de la verdad absoluta y escuchaban bien poco, en algunos casos nada, las opiniones de los alumnos. Levantar la mano para hacer una pregunta causaba hasta miedo, así que muchas de las interrogantes que tuve en ese ramo jamás las resolví.
Otros de los profes que odiaba eran esos que a mi parecer se quedaron en el pasado. Llegaban a la sala, abrían su libro y comenzaban a dictar la materia de turno como maquinas del saber. La clase era tan estricta y fome que no existía posibilidad ni de analizarla en el cerebro, de modo que la única manera de aprenderla era llegando a casa y leyéndola. Me sentía perdiendo tiempo en esas clases, era mucho mejor que nos digieran que libro leer y punto.
Otra característica que no toleraba en algunos docentes era la poca paciencia que tenían para solucionar problemas con el curso. Al más mínimo desorden de uno o dos alumnos, ardía Troya en la sala y terminábamos todos pagando el pato. Yo me preguntaba, ¿para que estudian pedagogía si no tienen paciencia?
Pero así como me cargaban todas estas actitudes, también existían profes que admiraba y marcaron de buena manera mi vida en muchos sentidos.
Tenía profesores alegres y con un sentido del humor bien desarrollado. La clases eran mucho más agradables porque me sentía con la confianza de recurrir a él en caso de duda y sabía que su respuesta sería reconfortable y satisfactoria. Esto no significaba que todo era chacota tampoco, sabían poner límites cuando era necesario, lo que hacía que tuviera el respeto de todos los alumnos.
Mi clase de historia era mi favorita. Mi profesor hacía de cada clase un debate en donde más que una cátedra, parecía una conversación entre alumno y docente. Planteaba un tema y nos hacía reflexionar sobre él: los pro y los contras y de que manera nos afectaba ese hecho. Podría afirmar que gran parte de mis opiniones en cuanto a nuestra actualidad logré formarlas en aquel ramo.
Me gustaban también, aquellos profes que relacionaban la materia con nuestra vida cotidiana, ya que se me hacía mucho más fácil entenderlo, y cuando tenía prueba sólo me acordaba del ejemplo que había utilizado y ya recordaba todo. Se daban el tiempo, además, para conversar con el curso, generando lazos que hacían de la clase un agrado absoluto.
De esta forma, es posible darse cuenta que muchas veces la metodologías que utilizan los profesores son fundamentales en nuestras vidas, ya que incentivan nuestras habilidades y las fortalecen.
Estamos seguros que con más de alguna situación antes descrita te sentiste identificado.
Te invitamos a reflexionar acerca de las metodologías que están utilizando tus profesores para enseñarte, si crees que son la correctas y sino, de qué forma aprendes mejor.
El amor y odio hacia los profesores
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Secundarios